Tengo
a mano El resto indivisible, acá, al lado de la computadora. Lo
estoy demorando porque queiro terminar la lectura de otros ensayos
antes. He leído cómo se critica a Zizek. Aunque no leí El resto
indivisible, pero sí otros textos, creo que la crítica solo se
sostiene desde un lugar elitista, que está en contra de la
divulgación. Es un reparo
académico y elitista. Hay gente que después de haber creído que
entiende a Heiddeger, cree que ha llegado a ese entendimiento sin la
ayuda de nadie. Esa gente detesta a los guías que se ofrecen para
entenderlo. Yo no soy tan precavido. Prefiero que alguien me guíe.
No descarto los originales, porque esa es la finalidad, pero en ocasiones sé que están fuera de
mi alcance. Lo mismo ocurre con la música.
El
ejemplo más claro que me viene a la mente es W. Benjamin. Su
complejidad quizá no sea tan ardua como la de Heiddeger o Hegel
(quizá porque no empieza con H), no obstante, para tener una idea
clara de sus visiones y su filosofía, no alcanza con leer su teoría
sobre la historia o alguno de sus artículos. Escribió tanto y tan
fragmentariamente que habría, al menos, que leer todo lo que
escribió para tener una percepción global del sustento que le
permite escribir, y recién después, ejercer un trabajo de exégesis
que merezca cierta atención. Ese trabajo es facilitado por otros (en
el caso de Benjamin, muchos). Y, dadas las condiciones temporales de
nuestra propia vida, es más conveniente, para conocer otros
filósofos u otros escritores, permitir que alguien avezado nos
ayude.
Recuerdo
una crítica que le hicieron a Leandro Fanzone, por hablar del primer
preludio del clave bien temperado. La crítica consistía en
denunciar que cualquier libro ( cualquier libro específico que
analizara los preludios de Bach o que se dedicara a desentrañar el
Clave Bien temperado) nos decía la manera (la circulación de
acordes) en que estaba compuesto el primer preludio. Está claro que
esa crítica es válida en cierto contexto, si Fanzone quería vender
la originalidad o si lo presentaba como una tesis, pero dado que
tenía una página de internet, alguien llegaría (yo, en ese caso) y
se desayunaría de aspectos de esa composición que antes ignoraba. Despreciar esos favores parece un
síntoma de soberbia inaudita. Y quizá imperdonable.
No
hay duda que en esto los sistemas comunicativos tienen un papel
importante, tanto para pensar el problema, como para menguar las
conclusiones que acabo de sacar. Es cierto que Dario Z pasando por
todos los canales como un “pensador” y no un “comentador de los
enigmas de la filosofía” puede generar desconfianza en quienes se
han dedicado al estudio de la filosofía (otro tanto pasa con Pigna),
pero también es cierto, que esos estudiosos no tienen ese espacio
para hacer que su voz se oiga (lo cual no es más que un argumento ad
hominen disfrazado de “coyuntura”, es decir, serían envidiosos,
y ese es el aspecto que no me incumbe como argumento) y esa voz es
necesaria para que los medios no sean tan lo que son, es decir,
alguien con esa preparación -y que no haya sido absorbido
completamente por el personaje- puede destrabar momentaneamente la
lógica de los medios, al menos su lógica discursivo-verbal, ya que
no siempre otras estrategias -zócalos, cortes de comunicación,
risas cómplices de entrevistadores, etc.- cosa que sería saludable
desde casi todo punto de vista, y especialmente desde el punto de
vista de un estudioso de la filosofía, y por otra parte, alguien,
paradójicamente, que ha aceptado ese papel, tiene casi la
obligación, por la misma lógica de los medios, de ser más o menos
original, mínimamente en su presentación, entonces, siempre tendrá
algo que decir, porque no puede no tener nada que decir, ya que para
eso lo llamaron o lo invitaron. Es un riesgo, es cierto, pero la
divulgación, en este caso, es más positiva, incluso como riesgo, en
todo sentido, que si estuviera obturada, como quieren los estudiosos
que odian a los divulgadores. Resta lo otro y más importante.
Suponer que la divulgación funciona y que algunas personas, viendo a
ese personaje en televisión, si inclinen a leer o a pensar ciertos
problemas, que de otra forma no les habrían interesado.
Otra
discusión, porque sus participantes son diferentes y sus
pretensiones también, sería el tema de cómo los medios ponen en un
mismo plano a divulgadores y supuestos intelectuales, como si para un
mismo tema invitaran a discutir a Kovadloff y a Dario Z. Cada uno
tiene sus herramientas y sus estrategias por conocer al público al
que se dirigen. Kovladoff hablaría con su voz engolada apelando al
sentido común con reminiscencias filosóficas de la cordura; Dario Z
hablaría con su lenguaje cómplice, hecho de algunas malas palabras
insertas no por azar en un discurso sobre otros filósofos de la
sinrazón o del ser. Pero la discusión sería en vano, porque
hablarían desde lugares distintos, para públicos distintos, que
sólo una ficción dice igualar. Digo dice porque no iguala, porque
los medios ya han construido esos lugares desde los que habla cada
uno y no los van a vencer ellos por sí solos. Aunque después las
redes sociales anuncien el “triunfo” de uno de ellos en pequeños
spots, la cosa quedará para mirarse el ombligo y ambos habrán caído
(y quienes los critiquen también) en el mismo pozo oscuro.
La
discusión entre divulgación y (no sé qué poner acá) es falsa,
porque uno siempre lee a otro; pero nos gusta, porque nos sentimos
especialistas. La especialidad no es otra cosa que un discurso. Tiene
menos que ver con una acumulación de saber y de experiencia que con
una forma de hablar.
Aclaración 1: Respecto de Zizek, sólo porque utiliza ejemplos de la cultura popular para hablar de Lacan y de Marx y porque hace videos en que parece estar bajo los efectos de algún estupefaciente, no quiere decir que sea simplemente un divulgador. Para empezar, habría que verlo a Nieztche el día que rodó en medio de la calle y terminó internado. Después, Foucault habla de Freud, Marx y Nietzche, escribió un texto que se ha vuelto un mantra inocente y nadie le critica que sus textos quieran divulgar lo que sea. "Inventó" un método. Ajá. ¿El método reemplaza el saber?¿Un método de conocimiento es un saber en sí mismo? La existencia de la lógica parece decirlo. Los matemáticos te crucificarían frente a esa pregunta. No es un discusión para una nota al pie.
Aclaración 2: Más allá de las cuestiones políticas, Kovadloff se presenta como un intelectual en la televisión. Por supuesto que todos los gobiernos necesitan sus intelectuales. No pretendo dirimir cuáles son mejores (aunque acoto suavemente que los de este gobierno son los peores). Para una persona que escribió El silencio primordial, para una persona que tradujo El libro del desasosiego, tener que decir que la veracidad de los cuadernos está en las consecuencias que causaron, debe de ser, me imagino, vergonzoso. Sin embargo (acá está el tema), Kovadloff, cuando enuncia esa insensatez en un programa de televisión, no siente ninguna discordancia entre su figura, sus estudios, sus escritos, etc., y lo que está diciendo. Se ha acomodado redondamente al papel que se espera de él (Cioran decía que Goethe era mediocre por eso). Esto pretende explicar el término "supuesto" antepuesto a la palabra intelectual cuando me refería a él. Pongo un ejemplo contrafáctico para el ejemplo que puse como probatorio (que no sirven para probar nada, pero sí para pensar, ya lo sabían Putnam, Russell y tantos otros). El ejemplo es así. Me desaparece un par de medias que estaban dentro de mi casa. Es un par de medias rojo punzó. No son tres cuartos porque me marcan la piel, pero tampoco son zoquetes. Ya casi ni recuerdo cómo son, pero sé que los perdí. Después de una búsqueda infructuosa que duró unos meses, empiezo a maliciar que alguien me los sacó. Por su color o por su calce, no lo sé, pero alguien, que no tenía ningún derecho a entrar a mi casa, me los sacó. Como no los encuentro en ningún cajón, en ninguna cómoda, ni debajo de la cama, ni entre los zapatos que descansan desparramados en el piso del placard, salgo a la calle y empiezo a los gritos: "Me robaron mis medias rojo punzó". Mis vecinos empiezan a temer que haya ladrones que entren en las casas y roben sus medias o algún artículo más apreciado. Invierten y ponen rejas, sistemas de seguridad, alarmas, perros guardianes. Esto dura unos meses. Para noviembre, el barrio está lleno de rejas, casas con alarmas, gente desconfiada que mira con suspicacia a otra gente vestida según otros cánones. Yo me voy a poner una campera y descubro que un día de lluvia del septiembre pasado, cuando se me habían mojado las medias, me las quité, las metí en el bolsillo y nunca más lo recordé. Yo puedo ser muy desprolijo o tener muchas camperas, eso no viene al caso. La cuestión es que de las consecuencias no se puede probar que mis medias fueron robadas. Kovadloff da por hecho que uno puede no razonar, aunque uno haya estudiado mucho o sea un activo miembro de la Academia Argentina de Letras. Y lo hace muy orondo.
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