viernes, 20 de febrero de 2015

Dublinescas de Dublin




En Mar del Plata hay un local que es un todo por dos pesos, pero también una librería y una disquería. En el rincón que es una librería, cuyas bateas se asoman a la peatonal, me encuentro con un libro a 30 pesos (también hay libros más económicos). Es de Vila-Matas, que ha estado no hace mucho en nuestro país. Es una oferta que no se puede despreciar. Es un autor que no he leído nunca (cada vez son más los autores que no he leído nunca). En parte, por un prejuicio con todo autor español que no haya nacido en el siglo de oro; en parte, quién sabe por qué. Lo primero que noto es que la fotografìa de la solapa no carece de dinámica: parece la de un exibicionista a punto de abrir el sobretodo y dar a la publicidad todo lo que tenía guardado. Creo que esa idea influyó en la lectura de la novela.
El argumento es mínimo; los símbolos y referencias, muchos. En general, las mejores novelas son así. O quizá no. Quizá, desde la influencia que ejerció el mismo Joyce, haya surgido eso que se llama metaficción, que más tarde explotaron teóricamente los franceses  y hemos repetido todos. También están las otras grandes novelas. En esta, un editor cuasi jubilado, inventa un viaje para zafar de una conversación y termina concretándolo con sus amigos. En el viaje celebrará un funeral por la era de la imprenta -muerta a manos de la era digital- y teme encontrar realizado un sueño que le anuncia su recaída en el alcohol. Eso es todo. El viaje es a Dublín.
Cuando hubiésemos pensado que ya no había nada más que sacar del Ulysses, Vila-Matas escribe esto. Lo hizo ya hace cinco años, pero para nosotros es igual.  De todas formas, no todo es Joyce, porque hay mucho irlandés en la literatura y un gran ausente en esta novela. Aunque de origen norteamericano, mientras leemos la novela, nos parece que J.P. Donleavy debía aparecer. Hay además mucho escritor y mucha literatura en ella. Samuel Riba protagonista parece haber publicado a todo escritor más o menos reconocido mundialmente y haber cenado al menos una vez con cada uno de ellos. Comentarios, reflexiones y aforismos tomados a la ligera, una teoría de la novela y un dictamen sobre el futuro del libro como objeto material. Eso es la literatura. Después, los problemas domésticos de Samuel Riba, que tienden un puente, en realidad, a la segunda parte, fabricada sobre el molde del sexto capítulo de Ulysses, el del entierro, donde aparece el misterioso personaje del Mackintosh. Eso sería la intertextualidad, que el protagonista enuncia como una necesidad de la novela en el principio, cuando vuelve de su viaje a Lyon. Acá, Vila-Matas obra un poco como Piglia en Respiración Artificial: propone una carencia o una necesidad (en el caso de Piglia, la inexistencia de la novela epistolar en la Argentina) y después contruye una novela que suple esa carencia o esa necesidad. Claro que en el caso de Piglia todo parece más justificado que en este (aunque si tomáramos El ingeniero, de Wilcock, tendríamos que decir lo contrario, pero estaba escrita en italiano). La cosa es que el narrador (o el mismo Vila-Matas, eso nunca se sabrá) contruye con muy buena mano una serie de coincidencias intertextuales que son las que hacen que la novela se vuelva más entretenida. Pero estas coincidencias no son simples correspondencias, porque sino sería muy pava.
La novela tiene tres partes y tres escritores principales. Las partes y los escritores no se corresponden específicamente. Joyce, Beckett y un tal Vilém Vok. Sabemos que los dos primeros no son imaginarios, pero del último, dice el mismo Vila-Matas en una entrevista, que se carteaba con él hace tiempo y  después le perdió el rastro, que había sacado parte de lo que cita en el libro, de unas publicaciones parisinas. Es un poco dudoso, y muy poco importante si es imaginario o no. En la misma entrevista aununcia que un lector sagaz ha propuesto que Vok es el narrador de la última parte de la novela. Yo no soy tan sagaz. 
En la primera parte, además, se habla mucho de dos poetas irlandeses y un emblemático hotel de Nueva York, donde estos dos (Dylan Thomas y Brendan Behan) se emborracharon hasta el final. 
La segunda comprende el viaje a Dublin en el Bloomsday. Ahí todo es referencia al sexto capítulo de Ulysses. Riba, que es Bloom de a ratos, va repitiendo de alguna forma los hechos del famoso capítulo del cortejo fúnebre. Está con sus tres amigos (parece que uno de ellos es Fresán) y aparece también un misterioso extraño que nadie sabe quién es y que puede ser un fantasma. Porque también se cita varias veces la definición de fantasma que hay en la novela de Joyce. Siempre me imagino que esa cita habría pasado inadvertida si no la hubiesen recogido Borges y Bioy. Lo que pasa, en cambio, es que el sujeto se parece a Beckett, que rondará la tercera parte. Hay una disquisión sobre el famoso personaje del Mackintosh y se cita también la teoría de Nabokov, que suponía que era el mismo Joyce que se había puesto en su novela, como hacía Shakespeare o Velázquez. Esto le servirá al narrador, para solucionar de forma imagianaria el problema del protagonista, no haber encontrado nunca un escritor genial para publicar.
La tercera parte es todo resignación y frío, recaída y aceptación de la vejez, el final, las cosas perdidas y el silencio.
En la contratapa se pronóstica un "sorprendente humor", que yo no encontré, salvo en fragmentos puntuales. Todo parece una parodia reflejada en la parodia que el protagonista quiere hacer de un funeral. Todo termina siendo trivial, hasta la transformación budista de la mujer de Riba. Esto no es un juicio moral, claro.

Anotación circular 1: En la novela también se habla de algunas películas. En la página 43, hay este fragmento: "Cuando, en la secuencia más memorable de la película, Spider trata de saber quién es, le vemos llegar a tejer una maraña de cuerdas en su habitación, como una telaraña mental que parece reproducir el pavoroso funcionamiento de su cerebro. En cualquier caso, estos dificultosos intentos por recomponer su propia personalidad se revelarán enseguida como ineficaces". Spider es un film de David Cronemberg. No puedo dejar de pensar en el capítulo final de Rayuela. Y me sorprende que el propio Vila-Matas no haya establecido esa intertextualidad, y me sorprende que busco en la web y parece que nadie ha comparado las dos escenas. Sin embargo, inmediatamente después de Cronemberg, aparece la mención de otro film, uno de Antonioni, que tocaría el mismo tema (un personaje que no tiene lugar en este mundo). ¿Será la memoria tan perversa como quería Freud que no le dejó recordar Rayuela y sí un director que le había filmado un cuento a Cortázar?

Anotación circular 2: En Hamlet, al principio, entre la niebla, aparece el fantasma de su padre. En Ulysses aparece el misterioso personaje que sería Joyce (según Nabokov) en el cementerio, pero además aparece algo que se vincula con Hamlet, el famoso Agenbit of inwit, que recorre toda la novela. Stephen Dedalus sufre este remordimiento de conciencia por no haber dicho lo que se espera que dijera en el lecho de muerte de su madre. Hamlet, tiene constantes remordimientos de conciencia (y una importante locura) por no haber estado junto a su padre cuando murió traicionado. En Sombras sobre un vidrio esmerilado, que es un monólogo interior y cuyo final remeda inversamente el final del monólogo de Molly Bloom y hay un personaje que se llama Leopoldo y la narradora (o pensadora) también siente una aflicción vinculada al lecho de muerte de su madre; esta vez, por lo que estuvo a punto de decir su madre y no pudo.

Anotación circular 3: La enemistad entre franceses y británicos es legendaria o inmemorial o al menos bastante antigua. Las diferencias culturales también aparecen en la mente del protagonista como una solución: Riba pretende dar algo que llama "El salto inglés", para zafar de la influencia francesa. En el libro La Rive Gauche, de Herbert Lottman (que vivió, desde 1956 hasta su muerte, en París, pero tenía su corazoncito sajón) se lee lo siguiente: "Hubo también un discurso de Édouard Dujardin, simbolista un tanto caído en el olvido y quizá más conocido fuera de Francia, pues se había afirmado que el monólogo interior de su obra Han cortado los laureles (1888) había inspirado a James Joyce. " Es extraña su reticencia; existe una carta de Joyce a Dujardin agradeciéndole esa inspiración.

Anotación circular 4: Samuel Riba hará unos funerales paródicos por el final de la era Gutemberg (él mismo se siente el último de una clase de editor que ya ha desaparecido). La novela, en parte, y más allá de la parodia, es una gran elegía. Ulysses es la cima de esa era que se muere. Y también muere, por supuesto, un tipo de escritor (y de lector). Vila-Matas ha leído y lo cita, el volumen Lecciones de Literatura Europea, de Vladimir Nabokov. Otro que ha leído otras lecciones, las rusas, de Nabokov, es Fabián Casas, que a pesar de sus advertencias, en su último libro de ensayos (La supremacía Tolstoi) sigue de cerca la lectura que hace el ruso de Ana Karénina. Pero su libro Ensayos Bonsai empieza con un relato confesional sobre la lectura de Rayuela (¿a los once años? Estoy citando de memoria). Al final del relato, cuenta que la noche anterior vio la entrevista del programa A fondo que le hacen a Cortázar y lamenta, hasta el llanto, que se haya muerto un tipo de escritor que ya no hay más y que esa muerte signfica seguramente la inexistencia de una época pretérita (digámosle el escritor moderno, el del relato certero y sin dudas de la literatura sobre la realidad).