viernes, 5 de diciembre de 2014

Entre el placer interminable y un vago recuerdo de Lacan

Hace un tiempo Emmanuel Horvilleur se preguntaba "¿Y dónde están esas radios modernas/que pasan esa música que me hace tan bien?" No sé si era una pregunta que incluía un planteo sobre la organización cultural de un mundo post globalización y fin de la historia o una pregunta sumamente estúpida. La musiquita que la acompañaba era pegadiza y había en ella un dejo de muchas otras canciones más o menos identificables. Pero eso no es importante más que por la pregunta. Hace un rato entro a un kiosco y tengo que esperar un rato hasta que me atiendan. Unos diez minutos digamos. Hay una radio prendida y en la radio prendida hay una canción y esa canción podría clasificarse en un estilo que yo ignoro pero que englobo con el nombre de reguetón. Sé que no es correcta mi taxonomía (también sé que no me interesa que lo sea). Es un tipo de música notoriamente monótona, en la que un cantante con la voz un poco metálica, gracias a los efectos de algún sintetizador básico, cuenta una especie de historia romántica en la que él, cantante y narrador -esquemáticamente narrador-, le muestra, le enrostra (qué buena palabra, anterior a la tonta expresión yanqui in your face) a una mujer que a pesar de todo el despecho, él sale ganando y está lleno de minas que lo desean, se le suben encima, se enfiestan con él y así, inderfinidamente. Es un tipo de canciones que solo está completa si uno ve un video clip de cualquiera de ellas. Yo he visto algunos al pasar en algún canal de televisión. Un tipo con ropa holgada, gorra, lentes, preferentemente calvo y más o menos atlético, lleno de joyas (versión latina y aggiornada de Míster T), junto a un coche tuneado, permite que en actitud casi pornográfica un colectivo de chicas con grandes curvas y en bikini se frieguen contra sus pantalones grandes, mientras el plano general de una mansión norteamericana (californiana, pero su epicentro imaginario está en Miami) oficia de telón de fondo. Hay una clara relación entre esos culos que se zarandean y la mansión y el auto y los collares fálicos del cantante.
No me espanta la pornografía; me espanta la gente que no le gusta la pornografía y mira impasible el programa de Tinelli y estos videos, y al mismo tiempo se opone a la trata de personas. (Por otra parte, para que nuestros queridos hijos vayan naturalizando esta estética, nos enchufan  en un ámbito distinto el GTA. No es un comentario moralista -nada más lejos de una persona tan indolente como yo-, es el registro de dos cosas simultáneas que me cuesta creer que sean casuales.)
La cosa es que en esos diez minutos alcanzo a escuchar en la radio dos (¿o tres?) de estos temas. Y vuelvo a una conclusión un poco añeja: entre uno y otro no hay solución de continuidad. Parece un largo e infinito tema que suena en la radio todo el tiempo, las 24 hs del día, los 365 días del año.
Y entonces, quizá con poco de autosuficiencia, me pregunto cómo una persona puede estar escuchando una radio así todo el día.
Muy fácil: por placer. Le gusta esa música. Sí, pero esa música consiste en no variar, ni terminar, ni empezar, en ser un todo que no se define. Vuelvo a preguntarme pretensiosamente si no era esa la metáfora sobre Dios que tanto le llamaba la atención a Borges. Qué sé yo. Pero es cierto que un placer interminable debe terminar convirtiéndose en una pesadilla. Si no recuerdo mal, para Lacan, la fobia es una defensa contra el deseo de la madre, frente a la posibilidad de quedar atrapado en el goce de la madre. 
El goce está del lado de la muerte. Del otro lado está el deseo. Como una reformulación de la pulsión de muerte y la pulsión de vida de Freud. No en vano Freud había empezado sus elucibraciones sobre los dos principios a partir de la REPETICIÓN de los sueños traumáticos de los excombatientes de la primera guerra y de sus propios sueños recurrentes sobre la muerte de su padre. 
Para mí esa música, esa música interminable, está del lado de la muerte. No es un juicio estético ni moral: es puro y simple (para ponernos lacanianos) terror. Por ejemplo, la sola perspectiva de una relación sexual sin orgasmo -no que no se alcance por cualquier razón, no la insatisfacción de no llegar, sino que en su planteo esté excluido-, que consista solo en los movimientos mecánicos de una fricción sempiterna es, sin dudas, atemorizante. Si no hay un punto al menos simbólico que lo organice parece un encierro perpetuo. Por algo los griegos inventaron ese castigo absurdo de Sísifo o de Prometeo. Si algo se vuelve perpetuo pierde todo sentido. Como la vida de los dioses.



Noticias alterativas: Tengo la sensación nada precisa de que Daddy Yankee y su canción Gasolina (algo así) instauraron de ahí en más todo un canon, si se puede decir. Eso fue en 2004. El mismo año que salió a la venta el GTA San Andreas en Estados Unidos y se propagó por todos lados. Daddy Yanqui presta su voz para alguna cosa del GTA IV. Así que nada es casual.
Mucho menos esto. El verdadero nombre de Daddy Yankee (que sería, casi nada lacanianamente, el gran papi) es, ¡ja!: Ramón Ayala, así que ahí va uno: