jueves, 24 de abril de 2014

La última biografía de Salinger

Hace dos o tres semanas leí en un suplemento cultural que había sido publicada una nueva biografía de Salinger. Nunca leí otra antes, pero sé que hay algunas y que esta es una nueva. Me entusiasmo, me anoto, en alguna parte: comprar biografía de Salinger. Me anoto porque no vivo en Capital y a veces los libros tardan y yo me olvido, incluso de mis deseos. El lunes siguiente o el martes me meto en una librería porque sí, por entrar, y ahí está sobre un estante, solita. Me la compro. 211 mangos.
La lectura del libro borró la lectura del artículo del suplemento; ya no sé qué impresión me había quedado ni a qué conclusión -si la había- llegaba el artículo, si la biografía era buena o mala, si termina con el mito o si lo revive o se consagra a él. No me acuerdo. Es inútil que me proponga buscar en mi garage el suplemento porque ya debe haber limpiado algún vidrio de la casa.
Empiezo la lectura inmediatamente; es más, dejo otros libros que estoy leyendo para dedicarme a este especialmente. Ignoro la razón. Como soy un lector bastante lerdo, me sorprendo de haberme tragado las seiscientas cincuenta páginas en cuatro o cinco días. Una noche me quedé hasta las cinco, con el libro en la mano, y me quise dormir porque me di cuenta que estaba harto de Salinger. Al otro día, seguí; ya se me había pasado.
El libro está escrito con una mínima y fragmentaria participación de los biógrafos (David Shields y Shane Salerno) y en realidad uno podría no leerlo y conformarse con responder a las tres preguntas que cierran la contratapa. Y las respuestas a esas preguntas figuran en las últimas veinte páginas. El resto son testimonios, cartas, fotografías y anécdotas, todas muy interesantes, algunas novedosas -fotos y cartas que nunca habían aparecido en ninguna publicación- producto de nueve años de búsqueda y trabajo, nueve años de persuadir a mucha gente que se negaba a hablar y ahora lo hizo.
Nunca fui especialista en Salinger ni un fanático. Llegué a sus libros por una pésima película en la que actuaba Mel Gibson y explotaba la particularidad de que algunos famosos asesinos decían haberse inspirado en El guardián entre el centeno. Entonces me leí la novela. No es que necesitara inspiración para un asesinato. Me llamó la atención esa teoría de un paranoico, como todas las teorías de los paranoicos. Después llegaron los otros libros, de los cuales me quedo sin duda con Nueve Cuentos. Ahora que leí la biografía confirmo esa decisión. Fabian Casas afirma varias veces que le encantan las biografías, aun las de autores que ignora, porque le han permitido conocer la obra de ellos y hasta vencer los prejuicios que tenía con un autor (cita el caso de Nabokov).. Algo de cierto hay. Ahora quiero releer los libros de Salinger, suponiendo que tengo otra mirada sobre el asunto. Pero no es más que una hipótesis que no puse a prueba.

Parece que la cosa es así. A Salinger le faltaba huevo. Literalmente, tenía un tésticulo ectópico y por esa razón y la vergüenza que le causaba este defecto le gustaban las niñas que todavía no se habían convertido en mujeres. Pero no solamente esto. Era un tipo paradójico. Quizá se hubiese alistado en el ejército y hubiese marchado a la guerra por entener metafóricamente este defecto. Creía que necesitaba curtirse. Había nacido en una familia acomodada, a los dieciseis años ya sabía que quería ser actor o escritor y suponía que para encontrar la madurez como escritor le hacían falta experiencias graves. La guerra lo hizo pelota. Su primer día en el campo fue el desembarco del día D en la playa Utah, después hizo el trayecto a Edmondeville, le tocó estar en Cheburgo, le tocó estar en el bosque de Hürtgen, fue uno de los primeros en liberar un campo de concentración (el Kaufering IV) y estuvo desfilando cuando liberaron París. Según le contó a su hija -o según cuenta su hija que le contó alguna vez- nunca iba a olvidarse el olor a carne quemada. Salinger formaba parte de una unidad de contraespionaje y posiblemente tuvo que hacer cosas no muy agradables con la gente a la que entrevistaba. La cuestión es que esa madurez la convirtió en una serie de voces infantiles o adolescentes. (También, hizo otras cosas mientras estaba en Europa, salvando al mundo: conoció a Hemingway y se juntó algunas veces con él. Y mientras estaba en la guerra también, estaba escribiendo la historia que más tarde sería El guardián entre el centeno.) Pero todos estos detalles ya eran conocidos, aunque a veces mal informados, y la biografía nos demuestra que estas experiencias y una relación inicial y prototìpica con Oona O´Neill, hija de Eugene O´Neill, que le birló Chaplin a último momento, para tener una docena de hijos, lo dejaron psicológicamente atascado en un período anterior a la guerra. Después vendría, como un medio para alcanzar una suerte de salvación, su profesión de religiones orientales, que terminaron de destruir su capacidad artística para convertirlo en un propagandista del vedanta.
Después de seiscientas páginas de ir y venir sobre la posibilidad, la leyenda, de que Salinger, aislado y todo, haya estado escribiendo por medio siglo sin publicar -como esa caricatura que hizo Sean Connery- y de discutir la existencia de una caja fuerte donde habría al menos dos manuscritos finalizados, los autores se deciden repentinamente a asegurar que sí, que hay sin duda tres obras y que saldrán escalonadas entre 2015 y 2020. Una noticia gloriosa para los admiradores del yanqui y un salto ornamental para la estructuración de un texto.
La biografía se demora muchas veces en aspectos que no parecen tan relevantes, al menos no para la extensión que le dedican. Es el caso de los asesinos que utilizaron El guardián... como motivación. El relato del asesinato de Lennon y la caracterización de Chapman ocupa unas 25 páginas. Otro tanto ocurre con la Segunda Guerra. Es cierto que la hipótesis central es que Salinger tuvo estrés postraumático y le duró unos sesenta años. Las primeras cien páginas tratan solo de las diferentes etapas de la campaña de Normandía. Uno llega rapidamente a la conclusión de que la guerra es una idiotez llena de crueldad y sinsentido. Lo demás es repetición, precisión, ajuste de lo mismo y anécdotas; y también, golpes de efecto (un superior le ordena a un soldado que le dispare a un soldado alemán que viene caminando distraído entre los setos de Edmondeville y después se pregunta cómo pudo haber dado esa orden, la orden de matar a un hombre).
El libro, no obstante, está lleno de detalles que vuelven a Salinger, al margen de su brillante carrera literaria, un hombre común, un poco trastornado, al que le gustan las pendejas como limitación y no por capricho, gruñon y obsesionado con la familia de ficción que había creado, un tipo paradójico, que prefirió recluirse y al mismo tiempo salir a cuidar esa reclusión, hasta someterse a un juicio por la propiedad de unas cartas, cosa que lo volvía bastante visible. Y a pesar de todo, el libro mantiene parte del mito, que todos los testigos confirman. Salinger lograba cómplices para casi todo lo que quería porque su personalidad era intensa, tenía ojos negros y ejercía un notable influjo sobre quienes lo rodeaban; era una especie de gurú para las chicas a quienes enamoraba a través de sucesivas cartas y abandonaba después de que la realidad se las ponía enfrente.
Dos supuestos sobre el futuro: por un lado, al menos una de las obras que se publicarán, será, según Salerno y Shields, sobre la familia Glass. Yo me imagino a Salinger obsesionado con los Glass, así lo pinta el libro, creando cada vez más detalles en la soledad de su búnker, anotando fechas en que uno de los personajes hizo esto o aquello: hoy Buddy fue a cenar a la casa de tal, comieron camarones rellenos, y así. Ciencuenta años aumentando un mundo de ficción, con todo lo que le faltaba para ser un mundo real. Algo así como el personaje de Synecdoche New York, que termina confundiendo el realismo con la realidad y la ficción con la vista. Parece que al fin se decidió y en esta obra va a hacer crecer a los Glass.
Por el otro, en algún momento se aflojarán las cadenas legales y tal vez se haga -faltan décadas quizá, pero la insistencia y el fanatismo de los norteamericanos es prometedor- la versión fílmica de El guardián entre el centeno. Me imagino el día del estreno. Después de tanto tiempo, después de haber tratado por todos los medios, se sentarán en el cine y nadie mirará la película como un espectador regular, nadie mirará la historia de Holden Caulfield. Estarán ahí todos como críticos, comparando -es lo que se hace en general cuando uno ve una película basada en una novela o un cuento, pero esta vez, la distancia, el deseo y la importancia de la novela harán que todo sea diferente-, verificando, pensando de manera teórica las posibilidades de dos lenguajes. Ese día los espectadores creerán que han descubierto algo nuevo sobre el cine.

O puede que no pase nada.

martes, 22 de abril de 2014

Fogwill, una memoria moral

Fogwill es una imagen. Los bigotes alquitranados, los ojos atentos, el gesto crispado, entre payasesco y atrabiliario, el pelo canoso, los rulos a medias. Fogwill es una marca, como él quiso, despojando el apellido de otro aditivo. Es una imagen en sentido fotográfico, mercantil y también, como ha descubierto Patricio Zunini, en sentido literario. Fogwill representa la literatura de una época, es el significante de esa literatura, aunque no se lo nombre, no se lo vea o se lo quiera borrar. Es el significante privilegiado, en suma, el falo. Y él lo sabía más que nadie.

Fogwill, una memoria coral es un libro rápido y engañoso. Para empezar, uno se lo lee en una tarde. Y empieza por querer al personaje principal, que se va tejiendo entre anécdotas que se anudan a algún tema no explicitado. La primera publicación, su llegada a la literatura, las aventuras de su empresa de marketing, el emprendimiento editorial, su incorrección política, su pasión por la cocaína y la guita, sus últimos días, etc. La figura del mozaico o el caleidoscopio vendría al pelo acá si no fuera por un detalle: casi no hay una voz discordante; no al menos en lo que podemos deducir que haya sido Fogwill. Ni siquiera el recuerdo que se hace de Aira lamentando que Fogwill fuera tan pendejo. Es cierto que, sin embargo, la imagen que se nos aparece no carece de contradicciones, que la ausencia de esa discordancia nos presenta un personaje complejísimo y a veces ya mitológico. Lo complejo y contradictorio no viene al caso. Todos lo somos. Lo que importa es la medida en que lo somos. Entonces, en todo es desmesurado: Fogwill leyendo a los saltos y llenando las lagunas, Fogwill encontrando a Levrero, Fogwill descubriendo a mil, Fogwill dejando la cocaína con una dieta macrobiotica, Fogwill cantando mientras escribe y escucha música, otra música, no la que canta, Fogwill preso, Fogwil propagandista de los nuevos genios, Fogwill cansado de los nuevos genios, Fogwill navegante, Fogwill poeta, Fogwill genio, Fogwill padre amoroso, Fogwill lector sobrehumano, Fogwill melómano, Fogwill amigo leal, Fogwill amigo impresentable, Fogwill de una ética superlativa, Fogwill estafador, etc.
El libro construye la imagen viva de un periodo de la vida de Fogwill; no la vida de un hombre. Justamente no hay noticias sobre su infancia, sobre su adolescencia o sobre su juventud. Apenas la hipótesis de que era hijo único, como justificativo de su carácter caprichoso. Y está bien, porque eso no es relevante. La imagen está detenida en el tiempo, en un tiempo que dura tres décadas y que se mueve apenas cuando está por morir o a través del recambio de amigos y acólitos.
Yo que solo conozco a Fogwill por alguno de sus libros, he disfrutado enormemente de este. Quizá se deba a su formato. Zunini escribió un documental, y por respeto al género, termina el documental de la mejor manera, como uno de Marilyn Monroe o de Elvis (no elijo los personajes al azar). El último testimonio es de Sergio Bizzio y retrocede en el tiempo a su primer encuentro con Fogwill, y nosotros que somos lectores y miramos documentales vemos de nuevo vivo y joven y alegre y casi en su mejor momento, en el momento que empieza a ser, a un Fogwill que rezuma energía, alegría e idiosincrasia. Así se termina un documental, con la figurita adhesiva de lo vital.

Después de un arduo trabajo que se manifiesta en un breve prólogo y en los posteriores agradecimientos, Zunini ha logrado armar una cosa compacta, homogénea, en todo momento coherente. Y un acierto, por esta razón, en el título: la idea de coro remite a la de afinación, la de estar todos a tono. A propósito, se ha dicho que Fogwill se encargó de construir un canon, cuando la figura imperial de Borges había desaparecido. La mayoría de los testimonios del libro pertenecen a ese canon, son las voces que promocionó. A veces pienso que este libro lo escribió el mismo Fogwill a través de los años y que Zunini solo es la mano ejecutora, algo así como un poseso que obra sin la verdadera conciencia de que está participando en la elaboración de un mito. Es la obra póstuma de Fogwill, la de su constante interés por la autopromoción.