sábado, 10 de noviembre de 2018

Borges y un desconocido leían lo que se les cantaba



Es sabido y repetido que Borges trastornó la forma de entender la literatura y que su manera de leerla influyó en casi todos los escritores que lo sucedieron. Después de Borges es difícil leer sin su mirada. Y su mirada no es su estética, sino su libertad para leer. Incluso, su capricho para leer. Y más, más que nada su capricho para leer y exaltar algunos escritores y pasar por alto a otros (en especial a los consagrados y contemporáneos). Esto también debe de haber llamado la atención de muchos antes que a mí.
Sarlo hace en algún escrito un análisis de la forma de prologar de Borges; Borges hace el mismo análisis sobre la forma de prologar de Chesterton. Lo que dice Borges sobre Chesterton es evidente si uno lee el volumen de sus prólogos. Lo que dice Sarlo sobre Borges, también lo es, si uno lee los volúmenes de prólogos de Borges. Baste pensar en el prólogo a Crónicas marcianas. Después de dar unas cuantas vueltas, nos damos cuenta de que el mérito del libro, según Borges, es que le hizo recordar un libro que leyó cuando era chico. 
Más interesante me resulta esta práctica de Borges: de un autor que apenas menciona en su obra, en su íntegra obra, toma algo y lo copia o lo reproduce apenas modificado. 
Por ejemplo, creo recordar que desconfía de la musicalidad que otros encuentran en el poeta Horacio y de sus méritos como poeta, pero, aunque no lo escriba, quizá le agradan sus imágenes. La cara de Ireneo Funes es así: 
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las piramides.
Enseguida recordamos la Oda III, 30, en la que Horacio afirma haber culminado un monumento más duradero que el bronce y más alto que la real decrepitud de las pirámides. (Puede haber otras traducciones, como "real estado de las pirámides" o "más soberbio", en lugar de "alto".)
Si no recuerdo mal, Borges solo menciona el nombre de Tolstoi en ese libro de diálogos con Sábato (y quizá sea este quien lo nombre) y en una conferencia donde dice algo así como: si quieren realismo lean a Tolstoi.  En Utopía de un hombre que está cansado podemos leer una apropiación borgeana del famoso inicio de Ana Karénina. Escribe Borges: "No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma." 
Acá no es la imagen, sino el mecanismo intelectual el que parece atraerlo. 
Borges parece aceptar ese dictamen de Macedonio Fernández que aseguraba que cualquier escritor, hasta el más mediocre, podía lograr una línea extraordinaria y memorable. 
En el inconseguible Borges, de Bioy Casares se lee lo siguiente: 

Mastronardi le dijo: «La verdad es que yo conocí una vez a Santiago Ganduglia, un señor gordo, que bebía cerveza, y de un verso de él,

Todo pasó y mis días no han sido de ventura,

salió mi obra». 
Comenta Borges: «Está bien. También está bien que Ganduglia sea un escritor mediocre. Hay un mérito en haber visto ese verso en la obra de un escritor tan mediocre: Ganduglia no lo vio y siguió esescribiendo las trivialidades de siempre; no pudo tomar el tono de ese verso tan noble que le deparó la suerte. Todo pasó no parece de Mastronardi; pero en el resto está de veras el mejor tono de Mastronardi. Sin embargo, todo pasó, tan rápido y directo, está muy bien junto a lo que sigue. En seguida de escribir ese verso tan noble Ganduglia se hizo peronista» p.709.
Dejemos de lado la cuestión del peronismo, que acá incluso puede parecer graciosa. Lo notable es cómo Borges le atribuye una virtud a Mastronardi por haber descubierto o refrendado el dictamen de Macedonio Fernández. Pero lo interesante no está ahí, sino en el hecho de que Borges se detiene en el verbo "pasó" o en la expresión completa "todo pasó", para felicitar su hallazgo. 
En el libro hay una nota al pie, al final del verso y se lee:
El verso original dice: «Todo se fue y mis días no fueron de aventura». Borges vuelve a citarlo erróneamente en una charla publicada en LN, 25/8/85.

Lo interesante es que Borges concentra el valor del verso en aquello que su memoria modificó del original. Borges lee lo que él mismo, a través de su error, escribió. Borges ensalza sus propios méritos de poeta. De alguna forma, toda su obra crítica opera así (y su obra crítica también está en su poesía y en sus cuentos). Este hecho no lo vuelve menos genial, apenas más caprichoso, aun inconcientemente caprichoso.

Un comentario al margen: en la versión PDF que yo tengo (cuando lo leí por primera vez me lo había prestado un amigo) el adverbio "erróneamente" está corregido a mano por algún lector que quiso salvar su imagen de Borges y escribe a mano "con esta variante". Probablemente todo buen lector se lee a sí mismo e intenta justificarse.