miércoles, 28 de enero de 2015

Breves comentarios sobre grandes libros, aunque no hay que exagerar.

A falta de tiempo, buenas son las salidas fáciles. Ahí van:


Minga!, de Jorge Di Paola: Mucho me habían hablado de Di Paola y como un ignorante, yo lo ignoraba honradamente. Me dijeron, esta novela es buenísima. Claro, es buena. Pero el personaje Jorge Di Paola quizá la sobrepasa. La información está en todas partes, así que no repito. 
La novela se publicó hace treinta años casi y se reeditó hace poco en una colección que dirige Piglia, amigo del autor. En el prólogo Piglia sostiene que es una novela romántica y está llena de humor y frescura, como si hibiera sido escrita ayer (esta última comparación seguramente no es de Piglia y la puse yo). Es cierto que es romántica, es decir, hay una historia erótica que atraviesa la trama. El amor de Pablo von Paulus, que se resuelve de una manera abrupta y un poco absurda, es correspondido solo como un juego por su amada, que no sabe por qué lo quiere o no lo quiere, indistintamente. 
Es cierto que está llena de humor: los juegos con el narrador, autor y puntos de vista son permanentes y servirían para estudiar algunos conceptos de narratología, si no fuera tan aburrido hacerlo. Los juegos de lenguaje son menos, y por eso más eficientes. Hay escenas que son gags (como la entrada ecuestre del chacarero que pretende robarle el amor al protagonista). Hay partes que son absurdas y que dan marco a la novela: al principio, Pablo von Paulus está conmovido por la noticia de que su amigo ha muerto en Brasil, donde lo esperaba para vacacionar; ha muerto decapitado por una teja que salió volando en medio de la tormenta, lo que supuso un ahorro, ya que acomodaron el cuerpo en un recipiente más chico, poniéndole la cabeza sobre las piernas, cuando lo repatriaron.
El protagonista es científico y tiene una teoría, pero no sabemos de qué (o yo no recuerdo ahora de qué); y también tiene una gallinita de plástico que pronostica el clima, durante toda la novela, en el bolsillo, mientras viaja por playas bonaerenses poco precisas (tal vez por Claromecó, porque hay un faro).
Es cierto que está llena de frescura. Cuando un autor domina el juego de la narración y se torna evidente que hace lo que quiere, la escritura parece reciente. La misma sensación se tiene con Gógol o con Machado de Assis de Blas Cubas o Quincas Borbas. Nunca se dejan dominar por los requerimientos de la obra. Antes están ellos sometiéndola.


El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura: Extensa novela, intensa novela. Narra la vida de Ramón Mercader del Río y los últimos años, los del exilio, de su víctima: Liev Davídovich Trotsky. Trotsky sale de la novela como un héroe, casi intachable, salvo por los comentarios últimos de otro narrador que aparece. La novela juega todo el tiempo con los puntos de vista y un mismo hecho se narra más de dos veces. Al final, a uno le queda un horrible sabor a desengaño, aunque conozca vagamente la mayoría de los eventos que aparecen en la novela. Más que a desengaño, a derrota. La derrota del sueño más grande de la historia, el de una sociedad justa. Parece una gran disquisición sobre la frase maquiavélica de que el fin justifica los medios. Cuando no se sabe cuál es uno y cuál el otro. Hasta la guerra civil española cae en la trampa de Stalin.
 Ramón Mercader, en cambio, es la figura más interesante de la novela, por supuesto, porque siempre es más interesante el asesino. Pero el manejo narrativo de Padura hace que en algún momento, quizá en todo momento, le tengamos lástima y creamos que también el asesino fue una víctima. 
En la novela se cuenta que Trotsky, la anteúltima vez que vio a Jacques Mornard, falsa identidad de Mercader, sospechó de su nacionalidad y la pareció un tipo raro. Son tres frases que me hicieron pensar que estaban demás, que volvían a Trotsky un personaje inverosímil. Después de tantos cuidados, de casi la paranoia y de haber perdido a casi todos sus hijos gracias a la gratitud de Stalin, que volviera a ver a un tipo que se mete en su casa que es una fortaleza y permanece solo en una habitación con él, sin la guardia permanente que tenía, me pareció que estaba fuera de lugar. No iba con el personaje lúcido, fuerte y magnético que había sido durante todo el relato. Un día después de acabada la novela, me veo un documental que hay en Youtube, que se llama  Asesinato de León Trotsky y tiene once partes. En una de ellas, un tal Yuri Paparov, ex agente de la KGB, cuenta que el viejo le confiesa a su esposa Natalia que desconfía de Jacques Mornard porque no puede ser que un belga educado, hijo de diplomáticos, actúe de la forma en que lo hizo cuando estuvieron solos en su despacho. Entonces pienso, como ya han pensado muchos, que la realidad no siente ningún reparo por no parecer real, no precisa ser verosímil.
En el documental aparece Sieva, el nieto de Trotsky que se encontraba la noche en que veinte hombres entraron a matarlo -unos días antes de que efectivamente lo matara Mercader-, Monsivais, el bueno de Vazquez Montalbán y muchos otros.
El hombre que amaba a los perros es Mercader y también Trotsky y también el narrador. Y quizá también nosotros, que tenemos algún costado por el que nos brota la piedad y el amor, aunque nuestra vida se construya sobre el resto.

Sueño profundo de Banana Yoshimoto.
El libro está compuesto por tres cuentos que revuelven el mismo tema. Un o una joven han perdido un ser querido: Sus vidas se desbarrancan o pierden dirección, hay algún punto en que se encuentra una solución, una salida o una entrada. En los cuentos, parece que se empieza a mover nuevamente la rueda que se había detenido. Las tres historias están centradas en ese momento previo, más el recuerdo fragmentado y no del todo dicho del instante de la pérdida, en los sentimientos que los personajes callan o profundizan o no logran comprender. Me han dicho que Murakami está sobrevalorado y hay que prestarle atención a Yoshimoto. No dudo de lo primero y encuentro una leve explicación a lo segundo, pero no parece que la distancia que existe entre ellos sea insalvable. Me han dicho que Yoshimoto aseguró, frente a la fama de Murakami, que sólo tenía un buen agente literario. El problema es que yo no los encuentro tan diferentes. Son los peligros de la ignorancia cultural. Japón está tan lejos que sus diferencias se diluyen. Todo es facilmente generalizable y homologable. De ahí a la xenofobia, hay un solo paso; por esa razón trato de andarme con cautela y si me dicen que Yoshimoto es mejor que Murakami, lo repito.
Las historias que, con un aura intimista y densa, intentan reflejar el incomprensible azar de la vida, con sus pérdidas insensatas y sus ganancias muchas veces aberrantes, están narradas con talento. La mano sutil (sutileza que en varias ocasiones parece contradicción) de Yoshimoto nos permite leer el descubrimiento paulatino de un sentimiento que debemos pensar incomprensible, intransferible o simplemente esquivo, que no se deja apresar en la primera descripción. La muchacha de Sueño Profundo, el cuento que titula el volumen, no hace más que dormir, y no sabe realmente a qué se debe. En algún lugar perdió el sentido estar despierta. Tiene una amiga que se prostituye de una forma extraña en la que no interviene el sexo. Después, empieza a retomar su vida.
Los dos cuentos restantes, más allá de las distancias, son idénticos.

El traductor, de Salvador Benesdra.
670 páginas de una prosa extraordinaria. Al principio, cuando leí el prólogo de Elvio Gandolfo, lo creí exagerado, porque postulaba que esta era una de las mejores novelas escritas desde 1810 (en Argentina, claro). Creí que como muchos, debía erigir como un talisman un escritor muerto que fuera más o menos oscuro o no del todo conocido. Benesdra se tiró de su décimo piso y no publicó más que esta novela y otro libro. Parece que no se equivocaba (Gandolfo, pero quizá Benesdra tampoco). Es una novela grandiosa, con la respiración, si puede decirse así, de las grandes novelas del siglo XIX, no sólo por su extensión.
Podría decirse que es una novela sobre los años 90 (está escrita en esa época, así que podría decirse que es una novela realista). Pero al mismo tiempo es una novela sobre los vericuetos del alma erótica del macho argentino. Intercaladas con lirismo y humor están capítulo a capítulo, la historia social (las aventuras de un traductor en una revista de izquierda que se está destrozando por los nuevos tiempos empresariales, y las dificultades ideológicas del personaje en un país en el que el sindicalismo es siempre taimado) y la historia individual (la trama y obsesión erótica del personaje por lograr que su novia llegue alguna vez al orgasmo; y también los juegos de poder que intervienen en esa relación), que en un punto se entrecruzan, generando algo así como el clímax de la novela.
Ricardo Zevi (personaje de la novela) es casi un alter ego del brillante periodista Salvador Benesdra, y algunas acciones del libro, incluso algunas un poco disparatadas (como la del psiquiátrico) parecen haberle ocurrido al autor.
Por oposición a los cuentos de Yoshimoto, en esta novela sí hay una descripción extensa, profunda, sutil y variada de los sentimientos de un personaje. 
Si no recuerdo mal, ninguna de las 670 páginas parecía no tener que estar ahí. 

Las chanchas, de Félix Bruzzone. Extraña novela que ocurre en Marte, que se parece a un suburbio de Buenos Aires, ubicado no muy lejos de Córdoba. Unas chicas son secuestradas pero no son secuestradas en realidad, hasta que todo indica que sí fueron secuestradas. Un pusilánime marido, un amigo chanta y un poco perverso, una esposa desdibujada, como un fantasma, incluso cuando se vuelve narradora, un impulso neohippie y la complicidad de todos con una farsa que no tiene sentido: las chicas secuestradas se muestran en público y nadie parece darse cuenta. Pese a toda la extrañeza es una novela doméstica, casi familiar.