lunes, 27 de diciembre de 2010

La inveterada necesidad de comunicarse

Como a casi todo, también acá llegué tarde. Aunque haya sido por propia voluntad, después de haber descartado otros medios. Sin duda esto es lo que más se me acomoda. ¿Por qué? Quizá porque, como quería sostener Barthes en sus últimos tiempos, el personaje principal debo ser yo o al menos mi discurso (cosa que no alcanzó a explicarle al chofer de la ambulancia). O bien por una de esas taras que se van transmitiendo de generación en generación y la familia, falta de cualquier otro talento, sin ningún tipo de reflexión, nombra como particularidad afirmativa, como una de esas características que nos vuelven más amables, y con las cuales, en realidad,  un chico pelea hasta que, derrotado, las acepta, al mismo tiempo que entiende que son parte de la herencia: mi abuelo era ferroviario, guarda de tren, y llegaba último a todas las estaciones.
Aparte esta cuestión de principio, durante algunos años me pregunté para qué podría yo querer escribir un blog, bitácora (como metonimia o apócope, si cupiese, pero es díficil reconocer el proceso mental subyacente, de "cuaderno de bitácora") como llaman los españoles con más tino. Las dificultades de género son claras. Los diarios de viaje de Colón eran, cuando no cartas a los reyes, simples anotaciones burocráticas de un almirante, es decir, su cuaderno de bitácora. Pero el blog (para una correcta etimología Cf.  http://dictionary.reference.com/browse/blog) es un diario. Un diario público y esto no es una novedad. También lo eran los diarios de Gide, de los Goncourt, para hablar sólo de la letra G.  Sin duda hay una diferencia interminable: el traspaso a este medio irreal no es un simple cambio de escenario. Así que si alguna vez en el papel hubiera comenzado un diario de poco me serviría. Sin embargo, antes de buscar alguna referencia en un blog existente, me concentro en esta extraña naturaleza del diario: hay un tipo en algún lugar que finge ser íntimo, y más tarde o más temprano les muestra a todos esa intimidad. Desde el principio estuvo preparada esa exposición, por eso finge. No otra cosa es crear un personaje para una novela.
Hace exacatamente 100 años y veinte días, uno de los pocos que nos hacen creer esta ficción escribía: "No volveré a abandonar este diario. Debo aferrarme a él, porque no puedo aferrarme a otra cosa.". Y uno piensa "Pobre hombre, ¿por qué tanta desesperación?" Se me ocurre que hay algo más. Si no, alcanzaría con pensar, no haría falta pasarlo por escrito. Es probable que la escritura genere la ilusión del diálogo (pregúntenle al amante epistolar que ya no existe); el usuario de facebook actúa como si todos sus contactos estuviesen conectados en el momento que publica algo; el usuario de twitter cree que esa brecha, la que hay entre el momento que uno expide un comentario y el otro lo recibe, ha sido reducida. Busco más, para entender ese diálogo posible.
"¿Qué hay, en lo que alguien confiese, que valga la pena o que sirva?", se preguntaba Bernardo Soares, y se respondía "Lo que nos ocurrió, o bien les ocurrió a todos o sólo a nosotros; en el primer caso, nunca será novedoso, en el segundo, siempre resultará incomprensible". Detrás de la aparente lucidez  Pessoa no  pensó que uno confiesa aquello que se le ocurrió, no aquello que le ocurrió y en ese caso uno cree que siempre se le ocurren novedades. Lo cual no deja de ser cierto, pero no interesante.
Busco más. Giovanni Papini, hecho ya un fanático irredento, me dice, en su no tan célebre "Diccionario del Hombre salvaje" que un diario sólo sirve para volcar en él las frustraciones de los que no hacen nada en la realidad. No voy a negar que me deprimo un poco. Cada vez que escriba una frase, el juicio temerario del gringo me caerá como una piedra sobre la cabeza.
Pero esto sin duda no será un diario; pareciera que uno lo deja más tranquilo la sensación de comunicarse que la efectiva comunicación. Como no me fue bien con los diarios, consultos sus virtuales competidores, los blogs. Entonces, me tranquilizo: no tengo que saber qué quiero escribir ni por qué.
Al final todo se parecerá a esta anotación de Bioy en su "Descanso de Caminantes":

"Margarita Aguirre: Yo viví en esa calle con Rodolfo
Alejo Florín: ¿Quién es Rodolfo?
Enrique: Rodolfo Aráoz Alfaro.
Pepe Bianco (sonriendo con afectuoso interés): ¿Cómo está Rodolfo?
Francis Korn (a Pepe Bianco): Pero, ¿Rodolfo Aráos Alfaro no ha muerto?
Pepe Bianco (a Francis Korn, sin vacilar): Hace años."