sábado, 24 de mayo de 2014

Cotidiana I

Muchas veces no es necesario salir de casa. Basta con estar a punto de salir, para que nos ocurra algo excepcional.
A las seis tenía que estar en el trabajo. Serían menos cuarto o menos veinte y me apuraba a pasar a un pendrive cierta información necesaria. En eso sonó la puerta. La gente ya se ha acostumbrado a golpear porque el timbre está pintado del mimso color que el marco y casi no se nota. No es un gran problema; así, hay algunas personas que se desmoralizan y ni siquiera golpean, después de haber estado paradas un buen rato buscando con la vista y sin éxito el pequeño adminículo electrónico. Las más atrevidas tantean y en una de esas dan con él.
Espío por la mirilla y veo a dos mujeres, madre e hija presumiblemente y ya veo lo que se viene. Abro.
Buenas tardes, me dice la madre. Es petisa, pecosa, de pelo lacio castaño claro y en su semblante más bien relleno y mofletudo, tiene dibujadas la sonrisa y la mirada candorosa imprescindibles para andar tocando timbre casa por casa. La hija es idéntica, pero adolescente. Las dos llevan sendas camperas inflables, una gris y la otra azul. Las dos tienen esa mirada que acude a los demás y los desarma con un rayo de gentileza. Ah, pero no a mí.
-Seguramente- sigue- vos pensarás en el futuro.
Silencio y gesto expectante de mi lado.
-Y Dios -cuando dice esta palabra, saca con magia, en un movimiento completamente coreográfico, un folletito violeta que tiene un dibujo- Dios piensa en la humanidad. Le dejamos esto para que lo lea.
Observo a la hija, que apenas sonríe en la luz de la tarde.
-Léalo tranquilo; compárelo con su biblia.
-No tengo.-confieso- no soy creyente.
-Dios piensa en la humanidad y en su futuro; y personalmente en usted.
-No me diga.
-Sí- me dice.
Y compruebo que su inocencia es invulnerable. O es una perversa.
Aunque no creo en ninguna entidad superior que de la nada se haya dado existencia a sí misma y después al universo con toda su flora y su fauna y su etcétera y a mí mismo en su interior, suelo ser respetuoso con las creencias ajenas. Ahora, la propaganda no me inspira ningún tipo de respeto. Y me ha ocurrido que cuando uno la cuestiona, los creyentes de cualquier tipo se preocupan y se ofenden, como si uno atacara aquello en lo que creen, y no su propaganda, y he llegado a la conclusión que toda fe no tiene más sustento que su propia propaganda.
Bueno, le digo, voy a leerlo. Giro el folleto y veo dibujada en el frente una chinita de rodillas que tiene entre sus manos una suerte de bonsai, al que mira con esperanza (supongo, por la cuestión del futuro) y las saludo. Ellas parecen más contentas. La expresión de inocencia, de expectativa, se transforma en expresión de truinfo y satisfacción. El sol de mayo viene cayendo lenta y oblicuamente sobre el frente de mi casa y las dos figuritas que empiezan a retirarse, se llevan sus sombras con nitidez. Hasta las sombras parecen satisfechas.
Mientras dejo el folleto un una mesa, me pregunto:
1) ¿Por qué la niña del folleto es china, si la religión, hasta donde sé de religiones, no lo es?
2) ¿Por qué insisto en que la niña es china si hay un bonsai en sus manos y por lo tanto es más probable que sea japonesa?
3) ¿Por qué no está Lionel Messi en el folleto, si ahora está en todas partes, atributo que siempre se le ha endilgado a Dios, justamente?
Algo hace ruido en mi memoria y me olvido estas inquietudes. Es la idea de que hay un dios que piensa personalmente en mí. Ya escuché eso, con variantes, con disimulo, pero sé que ya lo escuché. Entonces recuerdo la voz centroamericana que más de una vez me ha asegurado por teléfono que yo he sido seleccionado especialmente para recibir una cobertura de algún seguro que se debitará de mi tarjeta de crédito. Se enciende en mí una sospecha. Elaboro un par de hipótesis: a) Dios puso un banco -contrariando a Sui Generis-; b)El dueño del banco se está haciendo pasar por Dios; c) Dios se está haciendo pasar por el dueño de un banco -sin contrariar a Sui Generis-; d) Dios y el banco tienen los mismos agentes publicitarios; e) Las modalidades de ventas de bienes intangibles implican de antemano la apelación a una supuesta unicidad del futuro comprador, como don anterior a toda idiosincracia, vale decir, no es por su historia personal que uno es único, sino porque sí o porque aquel que oferta ha dispuesto tal cosa.
No quiero seguir pensando porque me empiezo a complicar y se me hace tarde. Mientras salgo y veo los últimos estertores de un sol que por esta jornada no volveré a encontrar, medito: Dios piensa en mí personalmente y dejé satisfechas a dos mujeres. Creo que no se puede pedir más para un solo día. Después, cierro la puerta del lado de afuera.